La trufa negra o Tuber Melanosporum nunca ha estado exenta de polémica, se trata de un hongo muy cotizado que ha ido convirtiéndose en un ingrediente fundamental en la alta cocina actual y, a su vez, es un elemento rodeado de curiosidades adquiridas desde la época más antigua que podamos imaginar. A continuación, te contamos cuáles son los principales mitos sobre la trufa negra o Tuber Melanosporum:
Como ya sabemos, en la época clásica ya se hacía uso de la trufa negra. Los griegos se convirtieron en uno de los primeros en utilizarla para rematar sus platos, así como los faraones egipcios. Sin embargo, mientras las setas, los níscalos o los boletus son más perceptibles y se generan en la superficie, las trufas negras germinan bajo tierra y se buscan ahí, hecho que las convertía en algo mucho más enigmático.
Es por eso quizá por lo que el filósofo, Aristóteles, creía que las trufas surgían por generación espontánea y que, además, lo hacían si previamente había ocurrido una época de truenos. Según esta leyenda, el calor y la energía del relámpago penetraban en el suelo y creaban estas trufas subterráneas. Esta noción fue desacreditada científicamente, ya que sabemos que las trufas se desarrollan a partir de una relación simbiótica entre este hongo y las raíces de ciertos árboles.
Las trufas negras y el ámbito sexual
En segundo lugar, las trufas negras también tienen un cierto apego al ámbito sexual: Galeno de Pérgamo (s. II a.C) recomendaba su consumo para “producir una excitación general que dispone a la voluptuosidad” y se dice que Napoleón y el Marqués de Sade las usaron como estimulante sexual.
Pero las trufas negras también tuvieron detractores: el jurista, Ibn Abdum, aconsejaba no vender trufas en las proximidades de las mezquitas por ser un fruto buscado por los libertinos; y el médico del Papa Julio III atribuyó a las trufas muchos de los males físicos y psíquicos que afectan a las personas. De hecho, desde el cristianismo se advirtió a curas y a monjas que el consumo de trufas era incompatible con el voto de castidad.
Otra de las curiosidades que se le atribuyen a la trufa negra o Tuber Melanosporum vuelve a tener que ver con lo sexual: al parecer, su olor se asimila al que desprenden los cerdos cuando están en celo: se trataría de una estrategia para atraerlos, que las desentierren, y que esparzan sus esporas para así poder seguir reproduciéndose. Pero esta afirmación no es del todo cierta: las trufas negras presentan una hormona que está en la saliva de los jabalís: la androstenona. De esta forma, cuando un cerdo busca una trufa, en cierto modo, también está buscando sexo.
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